“A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.”
Miguel Hernández
No llores porque si no no descansan. No hables de extrañar porque los incomodas. Piensa que sólo querrán verte feliz, seguir tu camino, haciendo como si no pasara nada, dicen, cuando en realidad está pasando todo y sobre ti, aplastándote, arrancándote la poca voluntad y el mínimo de cordura que te queda.
De qué habla toda la gente que cree saber lo que cada quién lleva por dentro. Lo que queda de ti luego de haber perdido a un ser querido, lo que queda de ellos en ti, que quisieras no muriera en el olvido.
Nadie puede decirte cómo vivir un duelo, porque nadie sabe bien a bien lo que ha quedado encendido ni lo que cada quién siente por dentro cuando el vacía te carcome por dentro. Porque ninguna pérdida será igual a otra, aun cuando todas las ausencias sean la misma sombra y el mismo frío.
Que nadie diga nada si quieres llorar hasta quedar seco, reír hasta desarmarte para volver al llanto. Si quieres buscar en las estrellas esa que se ha ido, la que ya no llora y ya nada le duele, pero sigue aquí, llenándolo todo con su ausencia, tan viva como el hedor que no ha encontrado abierta la ventana para salir huyendo. Hazlo. Búscala, ríe y vuelve a llorar, porque es el único remedio cierto mientras llega la tan anunciada resignación y el maldito olvido. Llorar y reír que de eso va, este teatro que es estar vivo.