Bueno, hasta aquí llegamos. Terminó la fiesta deportiva y con ella el idilio de quince días con París y su Torre Eiffel. Qué nostalgia. Qué vacío dejan las cosas bonitas cuando terminan. Me imagino que sensaciones así, pero en mayor escala, pudieron vivir escritores como Cortázar o Hemingway, quienes con lujo de detalle y la emoción al límite, retrataron a París entra las páginas de sus libros.
París era una fiesta, tituló Hemingway al libro que escribiera durante su estancia en ese país. En él dio cuenta de sus andanzas por las calles de, La Ciudad del amor, también llamada Ciudad de la luz, la moda y el perfume y que, hasta ayer, fue la ciudad de Los Juegos Olímpicos 2024.
En efecto, París fue una fiesta que no pudieron opacar ni la mala publicidad ni los dimes y diretes en los que se vio envuelta desde el principio, debido a algunos de los números artísticos que, dentro de la Ceremonia de Inauguración, dieran pie para la mala interpretación y la polémica, que es a donde llevan las pasiones o por el arte o la religión, cuando que lo realmente importante en esta fiesta es el deporte, pero muchos lo olvidan cuando se pierden en los callejones oscuros de la discusión. Una fiesta que tuvo lugar en calles y puentes, en el Río Sena, los Jardines de Versalles, el Campo de Marte y todos los recintos deportivos que fueron testigo de las historias que ahí, entre los deportistas, jueces y aficionados, cobraron vida.
Llámenme cursi si quieren, pero de entre todas las historias entre intensas y dramáticas, de honor y gloria, de esfuerzo, resistencia y esperanza que se vivieron en estas Olimpiadas de París; rescato la que surgió durante uno de los partidos de voleibol celebrado en el estadio, París Sur Arena, cuando el equipo de Japón perdió ante Italia y con ello, también su oportunidad de seguir por el camino que lo acercara a alguna medalla.
Esta situación invadió de tristeza no sólo al equipo de Jaspón y a sus seguidores que, desde los partidos de clasificación previos, vimos un juego en crecimiento y evolución constante, sino también a sus contrincantes; en especial a Gianluca Galassi de Italia, quien no tuvo reparo en dar consuelo a Ran Takahashi de Japón, en un abrazo sentido y solidario. Un abrazo al que no lo detuvo ni la diferencia cultural, ni la red que delimita los campos de juego y mucho menos el idioma. Porque de eso se trata el amor al deporte y el respeto al contrincante, porque de eso se trata el espíritu deportivo convocado por los juegos olímpicos; y también, porque los abrazos en sí son un idioma. Un idioma al que le apostamos contra viento y marea, con la esperanza de que algún día, logre ser más poderoso que cualquier guerra.
Excelente tu comentario sobre los Juegos Olímpicos y el cerrarlo con tu descripción sobre los abrazos es la mas bella recomendación que todos en el mundo deberíamos aplicar en nuestras vidas. Felicidades! 🌹