“Entre la escuela y mi casa
Después, el tiempo pasa
Y te olvidas de aquel
Barquito de papel”
Joan Manuel Serrat.
Mentiría si dijera que fue Serrat quien me incitó a escribir, al menos no en el sentido de la composición literaria, si acaso, en el sentido práctico: aprender el uso de la máquina de escribir que tanto trabajo me costaba.
Me llamaba la atención el hecho de aprender, pero las prácticas eran monótonas y aburridas. Eso de que uno por uno, los dedos golpearan cada una de las teclas para hacer largas listas de pequeños bloques de letras sin sentido, no era divertido. Salían hojas completamente llenas de letras que no decían nada: qwert poiuy asdfg ñlkjh zxcvb…
En verdad lo alucinaba, más aún, cuando por la ventana se escuchaban los gritos de los niños que jugaban en el patio y yo, en la casa, sentada frente a la máquina, escribiendo tonterías y, lo peor de todo, era que lo hacía por voluntad propia, porque de verdad quería aprender para escribir tan rápido como lo hacía mi Mamá.
Fue entonces cuando llegó Serrat a mi vida, con su disco LP, Mediterráneo, el único en su especie, al menos en mi diminuto mundo, que en la parte interna de la portada tenía impresa la letra de las canciones. Era de los pocos artistas, si no es que el único, que en aquél entonces producía sus discos así, como un álbum de letras y fotografías.
Copié una canción, Barquito de papel porque era la que más me gustaba en aquel tiempo. Me llevó toda la tarde hacerlo, pero me gustó. Al día siguiente, copié otra, no recuerdo cual fue y, tampoco importa, porque después de un tiempo, todas las canciones del disco estaban escritas a máquina.
A Serrat lo escuchaba cuando lo hacía mi mamá y me gustaba, pero no sabía a ciencia cierta por qué. Aunque a mis nueve años no siempre podía entender lo que decía, la música y su voz eran un todo perfecto que me erizaba la piel. Buscando respuestas, una tarde le pregunté a ella. Me gusta porque es diferente y no dice tonterías y, además, está guapísimo, dijo, y eso sí lo entendí.
Después, mi mamá compró otro disco y luego otro y otro, y yo seguí escuchando a Serrat y copiando las canciones al tiempo que aprendía a escribir a máquina, que no es lo mismo que “escribir”, esa inquietud me vino mucho tiempo después. Desde entonces, Serrat se aparece en todo lo que digo y ahora hasta en lo que escribo. Juro que no es un vicio malsano, simplemente, me parece una bonita costumbre y, además, una de las mejores Excusas para un bar.